Miedo a lo último de Bon Iver
por Lucas Sánchez
Tengo miedo a escuchar el último disco de Bon Iver, por si me quedo atrapado en él.
Reíros pero no sería la primera vez que tengo serios problemas para salir de una de sus canciones. Porque Blindsided me mantuvo helado por dentro y por fuera todo un frío invierno en Connecticut.
Tengo miedo porque no es el único que conozco que juega el mismo juego. Y ya viví una semana entera en un disco de Sigur Ros. Y casi no salgo para contarlo. No digo ni vivo ni muerto, simplemente, que casi no salgo.
Tengo miedo también por si se apropia de mis domingos por la tarde como hizo Iron & Wine cuando descubrí The Shepperd´s dog. Porque el descubrimiento me condenó a tocar folk durante, por lo menos, un par de meses.
Porque me encanta vivir en un bucle donde no pueda hacer nada más que dejarme llevar por bucles que no sé a dónde me llevan. Pero que está claro que me llevan y que me traen, como la marea. Porque en sus bucles se está como remoloneando en la cama un domingo por la mañana. El único miedo es que se está como remoloneando en la cama un domingo por la mañana, pero triste.
Tengo miedo a escuchar el último disco de Bon Iver porque Bon Iver no es como Freelance Whales o como Noah & the Whale. Porque Wheathervanes o The first days of spring son discos en los que pasar una tarde increíble haciendo cualquier cosa. O una noche tirado encima del colchón, tranquilo, imaginando escenarios de posibles historias.
Tengo miedo a escuchar el último disco de Bon Iver por si me entra frío en verano, como cuando descubrí a Ólafur Arnalds. Porque sus canciones impronunciables suelen ser incompatibles con una sonrisa. Porque te llegan tan adentro que dejas de articular palabras.
Por eso tengo miedo a escuchar el último disco de Bon Iver, porque ya lo he escuchado entero. Por haberme cruzado este artículo en Público. Y estoy luchando por echar en ancla fuera del bucle.
Cruzad los dedos a ver si esta vez funciona.