Belle du Jour

por Lucas Sánchez

Le prometí a mamá no dar detalles y no voy a darlos.

Porque una cosa es que todo el mundo piense que cabalgaba a lomos de un cincuentón de barriga y cartera generosa y otra contar que cabalgaba a lomos de cincuentón de barriga y cartera generosa. Se supone que hay una gran diferencia. Al menos para mi madre.

Le prometí a mamá máxima discreción y múltiples beneficios a fin de mes.

Sentirse culpable es para las que no ganan 300 libras la hora. Para las que se quedan sintiéndose jodidas y mal pagadas. Es lo que tiene, que algunos malos empleos a tiempo completo son un lujo como trabajo-ocasional-ingreso-extra. No voy a contar quién me lo ofreció y cuanto me pagó la primera vez. Sobre todo para que penséis que hubo alguien que lo hizo y que encima cobré.

Le prometí a mamá que no hablaría de lo pasado con pelos y señales. Sobre todo no con pelos.

Fue una cuestión de contrastes. En serio, pensad la diferencia. Becaria de mierda, prostituta de lujo. ¿Sabéis lo que es sentirse importante cuando eres el último mono? Era una cuestión de ego. ¿Sabéis lo que es sentirse pagado por lo que haces? Era una cuestión de reconocimiento. De sentir algún tipo de placer aunque no me atrajera en absoluto la persona que me estaba tirando. Era como volver a ser pequeña y tener que comerte una ensalada, o un plato de verduras, o de cualquier cosa que no te gustara. Es cuestión de taparte la nariz y abrir la boca. Sobre todo de abrir la boca. Y hacer que pase rápido o abstraerte todo lo que puedas. Y parece mentira, pero cuando me abstraía en una cama, o en un coche, o en una habitación de hotel, siempre me venían las ideas que no conseguía cerrar en el laboratorio. Era una cuestión de momentos Eureka, de tener ideas para acabar mi tesis. Era cuestión de dinero para poder seguir haciendo ciencia.

Le prometí a mamá que era mucho más peligroso acostarse con desconocidos en la calle que acostarse con desconocidos que filtraba mi agencia.

Y, a veces, hasta me divertía, joder si me divertía. Algunas veces intenté poner cachondo a algún cliente contándole detalles pormenorizados o –pornomerizados- de cómo las diferencias estructurales entre compuestos naturales y compuestos combinatorios podían hacer la síntesis química más eficiente. Pero poner a punto los nervios o la concentración de un hombre cuando está en la cama y en ello se basa tu negocio no es buena idea. Nada que no pudiera arreglar hablándoles de compuestos aromáticos o de centros quirales susurrándoles al oído mientras me empujaban contra un colchón de viscolátex con doble-funda-por-si-acaso. Podría hasta escribir un libro de la química que pone y la que no pone. De química que erogeniza sin pasar por la garganta, de la que estimula solamente por escucharla.

Le prometí a mamá que intentaría no servir de ejemplo. Mi indecencia no podía hacer escuela.

Porque aunque muchas no lo sepáis, haber hecho una carrera universitaria aumenta tu caché sexual de forma considerable. Toda circunstancia que te aleje de necesitar la prostitución te hace más prostituíble. Debe ser la ley de la oferta y la demanda, pero no me hagáis mucho caso. En serio, se lo prometí a mi madre, no me hagáis mucho caso. Yo lo hacía porque mañana alguien tenía que escribir una entrada en el blog COSMAS y todavía no se me había ocurrido ninguna idea. Porque se me hacía tarde y tenía que pasarme a mí misma y a mis apuntes a limpio.

Yo lo hacía, porque al final, aunque te joda mamá, lo pensaba contar todo.

[Y como va a ser costumbre “La historia es real, la ficción es mía” ]